En la sociedad posmoderna, donde todo debe ser mensurado para ver si cuadra con lo “políticamente correcto”, la tolerancia es casi siempre vista como una de las mayores virtudes, en especial, dentro de las filosofías de vida modernas, de las ideologías políticas progresistas, del humanismo, la New-Age y afines.
Sin embargo, al analizar los diversos significados e implicaciones de la palabra “tolerar” y entender las consecuencias de llevarla a cabo, se puede verificar que esto no es tan así, siendo que, en ocasiones, “tolerar” significa una actitud de presunta supremacía por sobre los demás y en otras muchas, de cobardía o indiferencia pusilánime o displicente.
Este artículo tratará de demostrar que la palabra “tolerancia”, no debería formar parte del vocabulario de la ética pagana o de cualquier variante del humanismo…
En primer lugar, la “tolerancia” hacia los demás suele ser un concepto muy difuso, genérico y hasta abstracto… No se tolera al otro como un florero, estatua u objeto inanimado, que siempre está igual y que sólo ocupa un pequeño espacio en nuestro rango de visión (o bien en el espectro de percepción de alguno de nuestros sentidos).
Cuando alguien usa el verbo “tolerar” en relación a otra persona (o ser vivo de cualquier tipo), se refiere a algo puntual… Toleramos que nuestro vecino pinte su pared medianera de un color horrendo; toleramos que pase un automóvil con música de reggaetón a un alto volumen (y no le lanzamos una bomba molotov, porque somos civilizados); toleramos que nos cobren más impuestos, porque (quizás) eso traiga un bien mayor a la sociedad y así con todas las cosas.
Sin embargo, no es cuestión de “tolerar” la presencia física de los demás, si éstos están cada uno ocupados de su vida y no nos molestan en lo absoluto. Ninguno de nosotros “toleramos” a nuestros vecinos o conciudadanos, sino que los aceptamos en función de querer vivir en sociedad y no como ermitaños, en una colina solitaria o en medio del bosque.
Nadie tiene derecho a “tolerar” a los demás, como si hubiese sido signado o tocado por los dioses; como si contara con un don o cualidad especial, que lo hiciera superior al resto de los mortales.
No se tolera a nuestros semejantes, se los acepta (en función de personas que son).
Dicho esto, no es (ni remotamente) obligatorio el tolerar los actos o las ideas de otros… Nadie tiene porqué tolerar creencias estúpidas (como, por ejemplo, el terraplanismo, la noción de que el zumo de limón alcaliniza la sangre o que el gobierno mundial está ejercido por una raza de lagartijas intergalácticas). Nadie tiene porqué tolerar el fundamentalismo, el fanatismo, el oscurantismo o los prejuicios ajenos. De hecho, la más de las veces, el hacerlo constituye un acto de cobardía o de complicidad, respecto de ideas o acciones que afectan a terceros, a la sociedad o, incluso, a la Humanidad en general.
Tolerar el error es ser cómplice de la ignorancia; tolerar el crimen es ser cómplice del victimario y co-agresor respecto de la víctima; tolerar el desorden es promover el caos…
Por otra parte, como se ha dicho muchas veces en este blog, las ideas o creencias no merecen ningún respeto, sino cuestionamiento, debate, análisis y escrutinio. Como alguien dijo una vez: «La única verdad sagrada es que no existen las verdades sagradas». Son las personas (como entes conscientes) los que siempre merecen nuestro respeto (a menos que comiencen a ser hostiles con nosotros o con seres inocentes, presentes en nuestro horizonte de percepción).
En el plano de las ideas (y de las creencias), la palabra “tolerar” no tiene sentido alguno… Se suele usar frívola y locuazmente para referirse a una anodina y pusilánime forma de vivir, donde todo es “más o menos” lo mismo. Sin embargo toda idea o creencia debe ser aceptada o rechazada (e incluso combatida), dependiendo de si nuestro entendimiento (iluminado por las reglas de la lógica formal y el conocimiento científico o histórico) nos indica que merecen una u otra postura.
Es necesario entender que ninguna idea o creencia es neutra. Cada una de ellas suma o resta conocimiento a la Humanidad. Cada una de las mismas contribuye a aumentar el saber o la ignorancia global.
El permanecer indiferente ante las ideas o creencias que pasan frente a nosotros, es una manifiesta falta de interés por la cultura y la civilización de la cual participamos y gracias a la cual vivimos fuera de la selva, el bosque, la estepa o la sabana.
Tampoco las acciones de otros pueden estar sujetas a nuestra “tolerancia” o la de terceros. Si dichas acciones no nos afectan ni tampoco son perjudiciales para la sociedad en la cual vivimos (lo que implicaría que reaccionemos solidariamente, oponiéndonos a las mismas), no hay razón para “tolerar” nada… Tales acciones deben ser aceptadas (o completamente ignoradas) por nosotros o bien combatidas sin ninguna dubitación, si fueran perjudiciales.
Luego están las características intrínsecas de los otros… Sus rasgos físicos, preferencias; sus formas de ser y de vivir, etc… En este nivel, tampoco es lícito pensar que podemos “tolerar” a los demás. No se tolera a la persona de otra etnia, género, color o nacionalidad, se la acepta como ser humano que es, sin ninguna distinción respecto de lo que es uno mismo.
Sin embargo, si cultural o ideológicamente, dicha persona es incompatible con nuestro estilo de vida (por ejemplo, en el caso de un yihadista, terrorista, mafioso o narcotraficante), se lo debe combatir, denunciar y antagonizar, también, sin ningún tapujo, duda o tibieza.
De nuevo aquí, la “tolerancia” es un concepto errado… También en esto, se debe aceptar o combatir lo diferente, según lo dicte la ética racional y el sentido común.
En resumen, nadie tiene el derecho de tolerar o no a otros por lo que son… A los demás, se los debe aceptar tal cual sea su naturaleza, en cualquier nivel de consideración, con la única excepción de quienes pretendan destruir nuestras vidas, obstaculizar nuestro destino o dañar a la sociedad donde vivimos.
La tolerancia de la intolerancia, del crimen, de la violencia injustificada; de la ignorancia contumaz, de la mediocridad manifiesta, del vandalismo o la alienación, es cobardía… Es siempre un acto pusilánime y de cortas miras, porque a la larga, la omisión de la resistencia que se debió mantener en tiempo y forma, nos explotará en la cara y nos arruinará la vida.
La palabra “tolerancia” debería estar referida solamente a otros ámbitos… Se tolera un cierto nivel de dolor; se tiene un grado de tolerancia a ciertos tóxicos o agentes alergénicos, más allá de lo cual uno se enferma; se tolera un cierto nivel de calor o frío en el ambiente, etc… Pero nadie tiene porqué tolerar ideas o creencias con las cuales, sinceramente, no está de acuerdo y nadie tiene porqué tolerar a otros, si esos otros, no son personas civilizadas que han aceptado vivir en la misma sociedad que uno, bajo las mismas leyes y normas de convivencia.
La palabra “tolerancia” es un valor ambiguo, peligroso… Por supuesto, así mismo, la “intolerancia” es generalmente un mal, al menos cuando esta se aplica sobre otros seres vivientes, sobre sus derechos o características. Pero ser intolerante en relación con ideas o creencias erróneas o respecto a actos inaceptables dentro de una sociedad civilizada, lejos de ser un defecto, constituye una obligatoria virtud, para todo pagano y para cualquier persona que pretenda mantener un mínimo de ética en su vida.
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Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»