El estudio y la interpretación de los mitos ancestrales es una tarea compleja que requiere un enfoque cuidadoso y respetuoso. Para comprender adecuadamente estos relatos, es crucial evitar prejuzgarlos moralmente o tratar de forzarles significados en función de nuestra propia época y prejuicios. Es fundamental situarnos en la mentalidad y contexto cultural de aquellos que los generaron, reconociendo su singularidad y complejidad. Al adoptar una perspectiva antropológica y tratar de entender los mitos desde la óptica de sus creadores, podemos apreciar su riqueza simbólica y su valor como expresiones de la cosmovisión y la sabiduría de las culturas ancestrales.
En este blog se ha hablado largamente y en varias ocasiones sobre la necesidad de valorar el pensamiento mítico-simbólico al igual que el lógico-racional y de varios aspectos errados que surgen cuando se quiere entender la mitología de las culturas ancestrales.
Sin embargo, he podido ver que, cada día más, en la medida que la sociedad occidental se va despojando de la opresión abrahámica y trata de redescubrir sus raíces pretéritas, se da una total orfandad de criterios para poder comprender los mitos anteriores a la difusión del cristianismo.
No me voy a enfocar aquí en las desviaciones flagrantes que hacen ciertos grupos nacionalistas, etnocentristas, “folkish” o, directamente, racistas, xenófobos, misóginos y homófobos, porque considero que eso es adrede y que es fácil de detectar por la persona promedio, sea esta pagana o no.
Las ideologías extremistas y las personas resentidas en general, siempre utilizarán cualquier cosa que tengan a mano para poder descargar su odio sobre los demás. Esto ocurre dentro del colectivo pagano, tanto como en cualquier otro ámbito de la sociedad y se da con la interpretación de la mitología, así como de cualquier otro aspecto de la cultura humana.
Ahora bien, lo que sí parece necesario es el dar algunas guías para que los que recién comienzan a transitar los caminos del paganismo no se pierdan o confundan entre la maraña de relatos y leyendas.
Como siempre he dicho, lo primero es entender que los poetas griegos y romanos no eran mitógrafos, antropólogos o semiólogos; que usaban a los relatos populares (la verdadera mitología) como fuentes de inspiración para sus obras y que no tenían problema alguno en ampliarlos, deformarlos; agregarles tramas inventadas por ellos o cambiarles los sentidos, como cualquier autor de ficción haría con un relato popular, hoy en día…
Homero, Hesíodo, Píndaro, Virgilio u Ovidio, nos inspiran admiración y respeto por haber legado al mundo piezas únicas en la literatura universal. Pero los mismos, al igual que hizo Shakespeare milenios después, veían a los mitos como materia prima para sus trabajos, de una manera no demasiado diferente a como lo hacen hoy en día Marvel Comics, Disney o Netflix.
Eso, por no referir los casos en que las recopilaciones de mitos ancestrales se dieron a través de monjes cristianos o sucedáneos, como los Eddas nórdicos, el Popol Vuh de los mayas quiché o diversos relatos de los antiguos celtas.
Otro elemento distorsivo de los mitos, ya desde el tiempo de las primeras civilizaciones, fue la política… Incluso, en ciertos casos, fue motor de cosmogonías y teologías. Pero, al sospecharse que se está ante relatos de esa índole, se debe tener especial cuidado de no descalificarlos sólo por esa razón.
Ocurre que, en los orígenes de la civilización, la formación de los primeros estados, gobiernos y sociedades, así como la formulación de las primeras leyes y contratos sociales, fueron entendidas desde ese pensamiento mítico-simbólico al igual que los orígenes de nuestra especie o del mundo.
Eso no hace menos importantes, profundos y significativos a tales metáforas, sólo hay que tener presente que, una vez conformados esos estados, que luego devinieron en naciones e imperios, los mitos pasaron muchas veces, de ser una forma metafórica de consolidar la sociedad, a una herramienta de dominación y opresión.
Robert Graves, al comienzo de su obra “Los Mitos Griegos”, exagera este punto hasta casi descalificar a los mitos como “propaganda política”. Tal cosa, se acerca mucho al reduccionismo y la ceguera que el marxismo tiene para con toda concepción metafórica (que no sea la propia).
Además de todo eso, hoy en día van surgiendo otros errores comunes… Creo que el más recurrente es el de humanizar a los mitos, no en el sentido evemerista, que también se da, sino en el no comprender que, si en alguna parte del relato, una deidad o ser metafísico sufre dolor, no se está queriendo expresar lo mismo que cuando los receptores de dolor de nuestro organismo son excitados y sufrimos por ello. Tampoco que cuando un dios es asesinado, herido o vejado de alguna manera, hay un crimen de por medio…
El concepto de crimen se refiere a criaturas biológicas y sensibles, no a seres metafísicos que, además, no son personas sino fuerzas de la Naturaleza o conceptos significativos de la Vida misma.
Los crímenes o hechos aberrantes son dominio del mundo real, del fenomenológico y físico; carecen de entidad en el plano onírico, el espiritual o metafórico. Para que existan, primero debe existir un ser físico que sufra sus consecuencias.
Los paganos, deberíamos ser tolerantes con el uso circunstancial de los mitos por parte de colectivos o movimientos seculares, tales como el feminismo o la comunidad LGBT+, que en ocasiones toman “este” o “aquel” relato o personaje, para usarlo como emblema, ejemplo o metáfora ideológica.
Eso, a nosotros, no nos afecta y a estas personas les puede servir para sus justas causas (hablando siempre de colectivos o movimientos “razonables”, que los hay de otras clases). Pero lo que no deberíamos hacer, es acostumbrarnos a las interpretaciones alienadas del sentido original y ancestral, por parte de los propios paganos.
Una clave fundamental para entender a los mitos, es tener siempre presente que la única interpretación equivocada que le podemos dar suele ser la literal. Toda forma de fundamentalismo e integrismo surge de ese error. Los mitos tienen información importante detrás de la cáscara de su literalidad, pero si se le presta atención a la forma y no a la esencia, se convierten en un peligro para el pensamiento humano.
También hay que tener en mente que ningún verdadero mito (distínganse a éstos de la leyenda pura y la leyenda histórica; de las lucubraciones teológicas y de los relatos midrásicos o sapienciales de las religiones abrahámicas y dhármicas) posee un sentido unívoco y que, por el contrario, está en quien lo recibe el entender qué representa, qué transmite, desde el remoto pasado.
Otro factor que no debe perderse de vista, es que salvo por los de tipo fundacional, que pretenden “explicar” el origen de alguna nación, proceso humano o conflicto específico, los mitos tienen una cualidad atemporal. No ocurrieron “alguna vez” u ocurrirán “en el futuro”, son metáforas que aluden a eventos cíclicos y perpetuos, a procesos propios del mundo natural o de la naturaleza humana.
Los mitos son concatenaciones de símbolos revestidos de un lenguaje poético, ya sea agregado por la sabiduría popular de muchas generaciones o por los poetas que luego los transcribieron a la literatura.
Como todo lo simbólico, cualquier sentido que se les dé será subjetivo. Puede que, en ocasiones, los mitos gocen de una interpretación consensuada por un colectivo o tradición dada (por un grupo de personas, sea este pequeño o grande), pero incluso si tal comunidad fuera global, ese sentido no sería el único posible.
Así mismo, es necesario tener siempre en mente el que los mitos nunca son la creación de un individuo o de un grupo reducido de personas. Los mismos se generan a lo largo de siglos, a través de muchas generaciones y se originan como cualquier otro proceso cultural, dentro del ámbito de una comunidad definida de personas (de una cultura con un contexto temporal y espacial definido).
Una interpretación correcta, entonces, siempre requerirá de la mayor aproximación posible a ese contexto cultural de origen y, de modo simétrico, de un ejercicio de imparcialidad y objetividad siempre constante, para alejarlos de la cultura y de los sesgos inherentes a la propia historia personal de quien lleva a cabo esa interpretación.
Otro punto fundamental es nunca perder de vista la amoralidad de los mitos… Excepto aquellos relatos que han surgido de la prédica de algún santón o profeta y que, por tanto, no son verdaderos mitos sino historias fraguadas con un fin premeditado, no importa si un mito parece extremadamente violento o cruel o si, por el contrario, resulta sublime y hermoso, si se le da una interpretación moral, uno se está enfocando mal en el asunto, se lo está observando con las gafas del color de nuestros propios prejuicios.
Claro que se dirá que es inevitable volcar prejuicios y sesgos en la interpretación de algo tan metafórico, y alejado en el tiempo, como son los mitos… Y eso es verdad. Pero si no se hace el esfuerzo por entender que las sociedades precristianas no tenían una moral dogmática y que muchos de los supuestos “valores” que todavía hoy se mantienen como «baluartes de la civilización» no son sino prejuicios, tabúes y atavismos de un particular tronco religioso (el abrahámico) de entre los muchos que han existido, jamás se podrá comprender el legado de nuestro pasado.
Estamos acostumbrados a los valores judeo-cristianos, al punto de tomarlos (incluso en ambientes ateos y paganos) como regla de medida para juzgar a todos los de otras culturas y credos.
Una confusión muy frecuente en casi todo ámbito intelectual y en los colectivos espirituales, es pensar que el lento pero sistemático progreso del humanismo a lo largo de los siglos, que ha logrado el estado de derecho, las libertades y el respeto de la Vida que hoy en día mantenemos casi todos, es derivación de los credos hegemónicos.
Si esto fuera cierto, no se habrían quemado brujas y herejes hasta hace poco más de 300 años y no se hubiesen producido cruzadas y guerras santas durante siglos.
Desde luego, nuestra ética humanista y nuestro conocimiento científico del Universo, nos inhibe de muchas de las prácticas y nociones mantenidas en el remoto pasado, pero eso no significa que, al considerar los mitos, podamos o debamos contrastarlos con el puritanismo abrahámico o con la corrección política del siglo XXI, sino más bien tratar de entender qué había detrás de todo el relato, en los tiempos en que el mismo fue concebido o redactado.
No es ilícito o erróneo el decantar valores éticos a partir de un mito o una metáfora de sentido. Lo equívoco es hacer lo contrario, es decir, enajenar al mito de sus atributos o sentidos originales para que cuadren con los valores éticos que profesan quienes los interpretan.
Los mitos son un patrimonio intangible, que el remoto pasado nos ofrece para nuestra reflexión. Sin embargo, tal ejercicio intelectual no debería ser abordado de manera similar a cuando se elaboran conceptos éticos o filosóficos, sino más bien como cuando observamos una obra de arte, una escultura o pintura, por ejemplo. En tales casos, nuestros primeros pensamientos suelen ser de naturaleza emocional y más tarde, quizás, de valoración estética.
Así como hay que ser muy cerrado de mente, muy mediocre y básico, para medir el valor de una pieza de arte por los propios tabúes morales o limitaciones respecto de la comprensión de otras culturas, así también hay que despojarse de todo prejuicio para bucear en las profundas aguas de la mitología.
Un proceder distinto de lo anterior, sólo generará desinformación, ideas peregrinas (e incluso a veces radicales) y sólo agregará otro ladrillo a la pared que nos separa del legado ancestral.
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